La misericordia de Dios con los pecadores

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    Queridos amigos:

    La lectura del evangelio de este domingo nos sitúa ante una realidad que tenemos la oportunidad de escuchar y de tomar conciencia especialmente durante la Cuaresma, porque se repite muchas veces en la palabra de Dios. Es la misericordia de Dios con los pecadores.

    La palabra de Dios en Cuaresma nos recuerda repetidamente que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

    Cristo, Palabra eterna del Padre, se ha encarnado y se ha hecho presente entre nosotros para comunicarnos la verdad más importante  de Dios: su misericordia. Cristo se ha hecho presente entre nosotros para mostrar a los seres humanos el verdadero rostro de Dios. Nuestro Dios no es un Dios lejano y rencoroso, sino un padre misericordioso, el mejor de los padres que podamos pensar, que es capaz de compadecerse de las miserias humanas y de ofrecernos su misericordia y su perdón.

    Estamos seguros de que Dios nos perdona, pero al mismo tiempo debemos hacer propósito de no volver a ofender al Señor

    Le presentan una mujer que había sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley decía que a quien comete adulterio hay que apedrearle hasta que muera y le preguntan a Jesús: ¿Tú que dices?

    Jesús, poniéndose siempre del lado del pecador, y sabiendo que no ha venido a este mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por Él, comienza a escribir en la tierra como si estuviera pensando. Luego se dirige a los que la habían traído y les va a hacer reconocer su propio pecado diciéndoles: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7). Vuelve a agacharse y sigue escribiendo en la tierra como para dejarles a ellos tiempo para que lo piensen y respondan. Después se vuelve a incorporar y va a la mujer que está allí de pie, sola con Él, porque todos sus acusadores habían ido desfilando y se había marchado. Y, viendo a la mujer sola con él, le pregunta: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado? [...] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 10-11).

    Jesús, en este diálogo con la turba y con la mujer, nos ofrece una triple enseñanza:

    1. Que hemos de ser misericordiosos y saber perdonar a los demás.  Nos lo dice claramente en su oración del Padrenuestro. Es necesario que sepamos perdonar a nuestros semejantes si queremos que Dios nos perdone a nosotros (Cfr. Mt 6,14).

    2. Que Dios no le ha enviado a Él a condenar, sino a perdonar, a enseñarnos que nuestro Padre Dios es un Dios capaz de perdonarnos, lo mismo que Él hace con nosotros. Por eso le va a decir a la mujer: Ninguno te ha condenado? Yo tampoco te condeno (Jn 8, 11).

    3. Pide el esfuerzo de no volver a pecar: por eso, al final de todo el episodio le va a decir a la mujer: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11).

    La Palabra de Dios en Cuaresma nos recuerda repetidamente que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva

    Nuestro Dios es un Dios misericordioso, lento a la ira y rico en perdón, pero eso no quiere decir que la actitud nuestra sea lo que dice el dicho castellano: «Ancha es Castilla»; es decir, que aunque Dios sea un Dios de perdón y de misericordia que nos perdona, después del perdón tenemos que poner todo nuestro esfuerzo y todo lo que esté de nuestra parte para no volver a ofendernos. Pide de nosotros lo que Jesús añade al despedir a la mujer: «No peques más».

    Tres actitudes que tendremos que recordar muchas veces y vivir con autenticidad en esta Cuaresma para acercarnos al sacramento del perdón y que Dios nos perdone lo que haya en nosotros de pecado. Además tenemos que hacerlo con confianza porque estamos seguros de que Dios nos perdona, pero al mismo tiempo debemos hacer propósito de no volver a ofender al Señor con nuestro pecado.

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