Una vida cristiana en vela y vigilante

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    El evangelio de este domin­go nos hace una llamada a la vigilancia, a no de­jarnos llevar por nuestros instintos sino permanecer siempre en vela, porque no sabemos el día ni la hora en que nos va a lla­mar el Señor.
    Hoy existen muchas personas que tienen planteada su vida, y la están viviendo, como si fueran a vivir aquí para siempre, como si esta vida te­rrena no fuera nunca a acabarse y se preocupan solo de pasarlo bien, de darse aquí toda clase de placeres, sin querer ni siquiera pensar que el Se­ñor tiene que volver y nos va a llamar a rendir cuentas y es muy importante que nos encuentre con las manos car­gadas de buenas obras.
    Por eso el Señor nos urge y anima a que estemos como el criado que está esperando a que su señor vuel­va de una boda a la que ha ido, que estemos en vela, bien despiertos, con todo preparado, para que no nos pi­lle por sorpresa haciendo lo que no debemos hacer y, entonces, en vez de alabarnos y premiarnos por la acti­tud que hemos mantenido, nos tenga que castigar.
    Esta espera vigilantes es un ver­dadero consuelo para nuestra espe­ranza de peregrinos. Tenemos que estar siempre en espera del Señor, porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor puede llamar a nuestra puerta. Aquí encuentra senti­do nuestra vivencia de la fe en todas sus consecuencias, porque cuando el Señor vuelva depende de la fe que encuentre en nosotros y las actitudes que mantengamos para que el nos premie o nos castigue.
    Habla de cinturas ceñidas y de lámparas encendidas para hacernos una llamada realista a mirar al futu­ro, viviendo con los pies en la tierra, pero sin olvidarnos del futuro que nos espera; vivir el momento presen­te sin miedos, sin obsesionarse, sino viviendo los valores del reino sin de­jarse llevar por la llamada a la mun­danidad, a vivir sin Dios en nuestra vida como si todo diera igual.

    Viviendo los valores del reino sin de­jarse llevar por la llamada a la mun­danidad


    Hoy nos encontramos con mu­chas personas que ni siquiera quie­ren pensar en que esta vida se acaba y que tenemos que encontrarnos con el Señor que nos va a preguntar so­bre nuestro comportamiento mien­tras vivimos y si estamos viviendo el estilo de vida que Jesús nos propone. Seguro que su vuelta y su llamada al final de la vida va a ser una llamada gozosa y dichosa porque nos va a dar el premio que con su ayuda durante la vida terrena hemos merecido por­que hemos vivido de acuerdo con lo que El nos pedía en cada momento.
    Existen hoy otros que piensan que la vida terrena se acaba porque eso sucede en todos los seres humanos: que un día les llega la muerte, pero que luego no hay nada más, que aquí se acabo todo. Por eso practican y viven desde la idea de que hay que pasarlo bien ante todo y sobre todo, porque esto un día se acaba. Su filo­sofía es comamos, bebamos y goce­mos porque esto se acaba, «comamos y bebamos que mañana moriremos».

    Nuestra meta es conseguir la sal­vación eterna y esa debe ser la ra­zón de nuestros planteamientos y de nuestra forma de vivir


    El hom­bre actual es alérgico a pensar en la otra vida, en la vida después de la muerte, en que un día, no sabemos cuándo, dejare­mos esta vida. Por eso, solo se plan­tea el goce del momento, la felicidad efímera que la vida aquí en la tierra les puede proporcionar, aunque para conseguir esta felicidad efímera ten­ga que pasar por encima de la Ley de Dios, por encima del mensaje de Jesucristo u olvidarse de él. En defi­nitiva, vivir la vida como si Dios no existiera.
    Como seguidores de Cristo he­mos de pensar en lo que nos espera después de la muerte terrena no para obsesionarnos con ello, sino partir de esa realidad y vivir nuestra vida aquí en la tierra como el peregrino que lle­va un destino claro y tiene que esfor­zarse para que un día pueda obtener su meta.
    Nuestra meta es conseguir la sal­vación eterna y esa debe ser la ra­zón de nuestros planteamientos y de nuestra forma de vivir aquí en la tierra porque si el peregrino se olvi­da de la meta hacia la que camina y se queda en lo que encuentra por el camino, nunca llegará a tomar pose­sión de su meta. Es necesario saber hacia dónde caminamos para vivir desde los parámetros que van a ha­cer que consigamos la meta.
      + Gerardo
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