Queridos amigos: el mes de noviembre es el mes de los santos.
Hace dos días celebrábamos en toda la Iglesia la solemnidad de Todos los Santos y al decir de todos los santos es de todos, no solo de los santos famosos, que ya han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia como tales en la canonización de los mismos, porque han demostrado que ellos vivieron en grado heroico y extraordinario las virtudes cristianas.
En la celebración de Todos los Santos, como dice el papa Francisco, celebramos también a los «santos de al lado»; tantas personas que vivieron cerca de nosotros, en la casa de al lado, pero que en su vida trataron de ser fieles a lo que el Señor les pedía en todo momento. Personas ordinarias, que eran nuestros vecinos, que no hicieron ni grandes milagros, ni fueron unos «fuera de serie», sino buenos creyentes que en su vida trataron de responder a lo que Dios les pedía en cada momento de la vida ordinaria.
Son esas personas que se empeñaron en vivir la caridad con los demás, esforzándose en quitar toda crítica destructiva, personas que supieron escuchar cuando alguien quería desahogarse con un problema, o que se sentían angustiadas por determinadas cosas y sabían escucharlos; personas que rezaban para que el Señor les ayudase y cuando se encontraban en la calle con alguien que les necesitaba se volcaban, le trataban con respeto, dialogaban con dicha persona y la ayudaban en lo que podían.
Estos son los signos que el papa Francisco en su exhortación Gaudete et exsultate pone como signos y caminos de santidad.
Celebramos también a los «santos de al lado», tantas personas que vivieron cerca de nosotros, pero que en su vida trataron de ser fieles
Todas estas personas que se esfuerzan en vivir su vida desde la fe, que tienen la ley de Dios como la norma más importante de su vida, personas que, aunque a veces tengan fallos, sin embargo, nunca pierden el «norte de la fe y de Dios».
También por todas esas personas celebramos el día de Todos los Santos, lo mismo que a todos los otros aún más cercanos, los de nuestra propia casa, los de nuestras propias familias: nuestros abuelos, nuestros padres, para quien Dios significó tanto en su vida, que en todo momento lo tenían presente, que le rezaban y nos enseñaron a nosotros a rezar y a valorar a Dios en nuestra vida. Su acción en nosotros siempre es un modelo y un testimonio de fe que ha pesado tanto después en nuestra vida; transmisores de la fe con su ejemplo que ahora recordamos con cariño y que tanto nos ayudan en nuestra vida cristiana.
Ellos son también para nosotros una llamada constante y permanente a imitarlos en su vivencia cristiana, en su fe y amor al Señor
De ellos aprendimos a ser personas honradas porque ellos lo eran, personas sinceras, respetuosas con los demás, que compartían lo que tenían con los más necesitados, que acogían a quienes los buscaban para hablar con ellos. De ellos aprendimos a querer a Dios y conocimos el amor que Dios nos tenía a nosotros.
Por todos ellos, cuando hemos celebrado su día, le damos gracias a Dios por lo mucho que aprendimos de su vida y testimonio y porque, gracias a ellos, a su fe y a su testimonio y, por supuesto, a la ayuda de Dios que nunca nos falta, hoy somos lo que somos y creemos en el Señor como algo muy importante en nuestra vida.
Sabemos que los tenemos a ellos como intercesores que, desde el cielo, interceden por nosotros y nos ayudan a no olvidar lo que aprendimos de ellos y a recordar siempre lo que Dios nos pide y lo que nos ayuda.
Ellos son también para nosotros una llamada constante y permanente a imitarlos en sus valores, en su vivencia cristiana, en su fe y amor al Señor.
El recuerdo de su estilo de vida actualiza en la nuestra lo que el Señor nos pide en las Bienaventuranzas como seguidores suyos. Ellos nos dan fuerza y nos animan a reproducir en nuestra vida el estilo de vida y de persona que descubrimos en ellos.
Feliz mes de todos los santos.
+ Gerardo
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