Policarpo, obispo y mártir

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    San Policarpo, obispo de Esmirna, conoció de cerca al apóstol Juan y a los otros que habían vista al Señor”, y fue “instruido por testigos oculares de la vida del Verbo”. Por eso él se presenta a nosotros como el testigo de la vida apostólica y como el hombre de la tradición viva “siempre de acuerdo con las Escrituras”. Los trozos citados pertenecen a una carta suya a los cristianos de Filipos en Macedonia y la copia de eventuales cartas del santo obispo de Antioquía, Ignacio, del que él había sido amigo. 

    Ignacio, que se encontró con Policarpo mientras se dirigía a Roma (con Zósimo y Rufo) para sufrir el martirio, lo consideraba un “hombre apostólico, un verdadero y buen pastor, a quien no dudaba en confiar su grey de Antioquia”. 

    Policarpo era sobre todo un hombre de gobierno. No tenía la cualidad de escritor y pensador como san Ignacio, ni deseaba como él ser “triturado” por las fieras del circo para “llegar a Dios”. Al contrario, se mantuvo escondido “a causa de la humilde desconfianza en sí mismo”. Era anciano y sabía que no se podía confiar mucho en sus fuerzas. Pero cuando fue descubierto en un granero y reconducido a la ciudad, demostró la serena valentía de su fe. 

    Conocemos la conclusión de su vida gracias a un documento fechado un año después del martirio de san Policarpo, que tuvo lugar el 23 de febrero del año 155. Es una carta de la “Iglesia de Dios peregrinante en Esmirna…”, una narración muy importante bajo el aspecto histórico, hagiográfico y litúrgico. Al procónsul Stazio Quadrato, que lo exhorta a renegar de Jesús, contesta moviendo la cabeza: “Desde hace 86 años lo sirvo y nunca me ha hecho ningún mal: ¿cómo podría blasfemar de mi Rey que me ha redimido?”. “Te puedo hacer quemar vivo”, insiste el procónsul. Y Policarpo: “El fuego con que me amenazas quema por un momento, después pasa; yo en cambio temo el fuego eterno de la condenación”. 

    Mientras en el anfiteatro de Esmirna se está quemando vivo, el mártir eleva al Señor una estupenda oración, breve pero intensa: “Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. 

    La Iglesia primitiva le atribuyó el primer culto por sus reliquias de mártir en su dies natalis (martirio). Listado completo de Santos