Yo soy la vid, vosotros los sarmientos

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    La unión con Cristo sabemos que es fundamental para todo cristiano pero, unas veces porque se nos olvida o porque no encontramos tiempo para dedicarle a la oración o porque nos creemos nosotros autosuficientes, no contamos con el Señor en muchas ocasiones.

    Jesús, en el Evangelio de San Juan de este domingo, nos habla de una parábola importante para entender esa importancia del trato con Jesús y de cómo tenemos que contar con él para todo. Se trata de la «parábola de la vid y los sarmientos».

    En esta parábola hay tres elementos importantes: la vid, el labrador que la cultiva y los sarmientos. Los sarmientos separados de la vid, de la cepa, no son más que palos secos que no pueden producir fruto. Para que puedan producir fruto deben estar enraizados en la cepa. La cepa es Cristo, que se ramifica en los sarmientos que son la comunidad y producen fruto si permanecen unidos a Cristo.

    Cuando nos creemos autosuficientes y nos separamos de Cristo, no contamos con su ayuda y nos comportamos como si solos pidiéramos fructificar igualmente, sin necesidad del cultivo del labrador que es el Padre y sin estar unidos a Cristo, no podemos dar fruto.

    Permanecer unidos a Cristo, sintiendo que somos pobres y débiles y que necesitamos de la ayuda del Señor lleva consigo aceptar sus palabras y ponerlas en práctica con su ayuda. Es la única manera de poder dar el fruto en nuestras obras.

    Solos no somos nada, no podemos nada y no llegamos a ninguna parte, nada más que al fracaso y a la ausencia de frutos


    Cuando vivimos esta dependencia, sintiéndonos pobres y necesitados, entonces cualquier cosa que le pidamos a Dios, Él nos la concederá.

    Solamente cuando estamos convencidos de que necesitamos la ayuda de Cristo y de que debemos estar unidos a Él por medio de la acción de su Palabra, entonces seremos realmente buenos discípulos suyos.
    El Señor nos dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 5, 5). Nuestra unión con el Señor lo debe marcar todo. Sin su gracia nada podemos. Y para que lo que realicemos permanezca es primordial permanecer en Él, unidos al Señor.

    Nuestra propia fragilidad humana nos hace testigos de la verdad de esta afirmación de Jesucristo: «Sin mí no podéis hacer nada». En cambio, cuando permanecemos unidos a Él, cuando contamos con él, cuando pedimos su ayuda es cuando producimos mucho fruto.

    Hemos de esforzarnos siempre para estar bien unidos, bien enraizados en Cristo y en su palabra si queremos dar verdaderos frutos

    Nuestra experiencia de vida cristiana nos confirma esta gran verdad. Solos no somos nada, no podemos nada y no llegamos a ninguna parte, nada más que al fracaso y a la ausencia de frutos. Por otra parte, también tenemos la experiencia de que cuando llevamos una vida cristiana auténtica, con una oración en la que pedimos ayuda al Señor para determinadas necesidades, las cosas nos salen mejor y nosotros estamos de otra manera, porque nos damos cuenta de que entonces estamos siendo auténticos discípulos del Señor que vivimos desde lo que Él nos pide en su palabra.

    El Señor es la vid que llena de sabia nuestra vida. Sin Él, el sarmiento que somos cada uno de nosotros se seca y no sirve para nada, porque es un sarmiento seco y sin vida.

    Hemos de esforzarnos siempre para estar bien unidos, bien enraizados en Cristo y en su palabra si queremos dar verdaderos frutos, porque sin Él no podemos hacer nada, no somos discípulos suyos, pero si permanecemos unidos a Él daremos mucho fruto y seremos auténticos discípulos suyos.

    + Gerardo
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